miércoles, 24 de noviembre de 2010

El cuento de Mirtila


[Extraido de la revista Sombras y Cizallas nº7]

Te voy a contar un cuento. Una historia que será real, sólo si tú quieres que lo sea.

 
No hace mucho tiempo, en una casa de campo vivía una niña de seis años llamada Mirtila. Sus padres estaban preocupados porque ahí no había más niños con los que jugar. Unas navidades sus padres la trajeron un regalo. Era una perrita, un cachorro de tres meses con un gran lazo azul atado a su cuello.
Mirtila inconscientemente, lo primero que hizo fue fijarse en sus ojos. Tenía una mirada que transmitía tristeza y temor a la vez, la misma mirada que tendría cualquier niño al que separan de su madre y lo llevan a un lugar desconocido.
La niña, sin saber por qué le quitó el lazo. La levantó con cuidado y la apoyó en su regazo, intentando que Jill, la perrita, notase el calor de su cuerpo. Mirtila nunca vio a Jill como un juguete, desde el primer momento la vio como una amiga. Para ella Jill siempre sería alguien en quien confiar, un sentimiento recíproco que las unió hasta el final. Desgraciadamente, cuando Mirtila entraba en la adolescencia, su amiga se fue para siempre dejando un vacío en su corazón que ningún humano pudo llenar jamás.
El cariño que sentía hacia los animales la llevaron a estudiar veterinaria. Cuando ya habían pasado más de seis meses desde que entró en la facultad, un profesor les dijo que les llevaría a visitar el animalario. Por fin -pensó Mirtila- eso es lo que quería. Hasta el momento las clases le habían parecido demasiado frías, ya era hora de entrar en contacto con los animales que habían venido a ayudar.
El profesor, al día siguiente sorprendió a Mirtila cuando explicó que esos animales no estaban ahí porque estuviesen enfermos, sino que los tenían para realizar diferentes investigaciones.
Tras acabar su introducción sobre lo que se realizaba ahí, entró en una nave y toda la clase le siguió. Entraron en una habitación oscura en la que sólo había una perra. Mirtila se quedó sin habla. Toda la gente que tenía a su alrededor había desaparecido. No había tenido esa sensación ni visto esa mirada desde hacía muchos años. Desde que conoció a Jill, su mejor amiga.
Mientras sus compañeros y compañeras de clase tomaban apresuradas anotaciones por las distintas salas de las explicaciones del profesor, ella intentaba comprender algo muchísimo más importante. Aquella noche no pudo dormir, su cabeza seguía dando vueltas, seguía intentando explicarse por qué tenían a aquella perra aislada en ese cuarto y se preguntaba que habrían hecho con ella para que tuviese aquella mirada.
Durante varios días más estuvo pensando qué es lo que hacía que algunas personas tratasen así a los animales, pero nunca lo entendió. Después empezó a pensar en Jill. Recordó lo felices que habían sido las dos juntas y pensó lo mucho que la había echado de menos todo este tiempo. Por último se preguntó qué hubiese querido Jill que hiciera.
Esa misma noche acabaron sus lamentos y las lágrimas de frustración dejaron de caer de sus ojos. Cuando ya no había nadie por la calle salió ella y con pasos decididos se dirigió hacia su universidad por última vez. Pasó por delante del edificio en el que le habían dado clases y llegó hasta la nave. Retiró con cuidado el cristal de una ventana y entró al pasillo.
Sus pies la guiaron hasta la perra solitaria. La levantó en sus brazos, la abrazó y la apretó contra su pecho como años atrás había hecho con Jill. Cinco minutos más tarde desaparecían juntas en la oscuridad de la noche.

Caminaban hacia una nueva vida, una nueva vida para las dos.

Luna

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